martes, 15 de junio de 2010



Es la primera etapa del camino bíblico-vocacional propuesto a los jóvenes sobre el tema: “Mi historia personal como historia de salvación”. Leer la propia historia personal como historia de salvación es bajar a las profundidades de mi corazón y encontrar el amor, ése verdadero, concreto y pleno: ese amor cargado de energía que nos hace mirar con ojos maravillados lo cotidiano, y también aquel cansancio que nos hace “caminar más lentamente”, pero que no deja lugar a la desesperación, porque cree que en la pertenencia profunda a Dios todo se reviste de una luz nueva. Para acompañarnos en este camino interior, invitaremos a algunos personajes bíblicos que, compartiendo su propia historia de salvación, hacen posibles también para nosotros un sí pleno y generoso a la voluntad de Dios.

1.- La reciprocidad:

En el segundo relato del Génesis el hombre no fue creado con unapalabra sino formado por las manos de Dios, como una vasija (cfr Jr 18,6) es un Dios que, cuando crea al hombre, se ensucia las manos y se compromete con él. Dios crea al hombre y luego afirma: “No está bien que el hombre esté solo: le voy a dar una compañía semejante a él”. El Edén, siendo un bello jardín, no es un oasis perfecto: la soledad es un mal profundo y esto lo sabe Dios, y desde luego que el hombre necesita a alguien que esté a su altura, que tenga la misma dignidad, por lo tanto Dios le da a Adán la mujer. El hombre se vuelve persona en esta relación Yo-Tú y puede realizar su vocación humana y primaria, aquella de ser imagen y semejanza de Dios, en el reconocimiento de la alteridad y la reciprocidad (creó al hombre y a la mujer).

2.- La fragilidad:

La vocación de cada uno de nosotros nace sobre todo del ser imagen y semejanza de Dios, y eso nos hace capaces y libres de vivir con Él una relación que se hace escucha, diálogo, silencio, oración. Todo eso, sin embargo, nos debe poner en guardia ante un riesgo de nuestra propia fragilidad: el riesgo de querer ser como dioses. Éste ha sido el pecado de Adán y Eva, este continua siendo todavía hoy nuestra tentación: querer sustituir a Dios pretendiendo que sea Él quien se adecúe a nosotros, porque en el fondo nos sentimos los “jefes de nuestra vida” y tal vez… también de los demás.

El hombre y la mujer descubren con el pecado la dimensión de sus propios límites y no la aceptan huyendo de la presencia del Señor. Rompen con Dios, traicionan, se asustan… pero Él no hiere, no juzga, no recrimina, les hace sólo un cuestionamiento que empuja a cada uno a buscar dentro de sí: “¿Dónde estás?. ¿Qué estás haciendo con la vida que te he dado? La primera palabra de Dios al hombre es Palabra de libertad y sólo porque hay esta libertad es posible la ley. La ley entonces para Dios no es simplemente prohibición sino la capacidad de comprender y elegir libremente. Y mientras Adán tiene miedo, se avergüenza de su ambición. Y si se esconde, Dios lo busca. Esto es el gran misterio y la paradoja de nuestra fe: Es Dios quien sigue al hombre: “Tú, como un león vienes a cazarme” (Job 10,16).

¿Cómo reacciono ante mis límites? ¿Cómo los enfrento? ¿A quién confío mi dolor?

3.- El grito de Dios:

Dios grita a la humanidad “¿Dónde estás?” Él Baja a nuestra pobreza, y nos pregunta: ¿Dónde estás? ¿Dónde está tu corazón? ¿A quién pertenece? …Cuánta dificultad tenemos para escuchar este grito de amor de Dios… Cada vez que el Señor pone una interrogante de este género no es porque el hombre le haga conocer alguna cosa que Él todavía no sabe, sino porque quiere provocarnos para que le demos una respuesta. Y paradójicamente nuestra pobreza se vuelve una posibilidad de ser buscados por Dios, custodiados por Él y cuidados por un padre: “Y el Señor Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de piel y los vistió”. El vestido indica la dignidad de la persona, y el término “piel” es semejante a la palabra “luz”; una interpretación de los rabinos afirma que el hombre y la mujer salen del jardín revestidos de luz, de la gloria de Dios.

Dios toma cuidado del hombre y está listo para revestir al hijo con los mejores vestidos (cfr Lc 15,22).
La existencia de cada uno de nosotros está destinada a construir algo nuevo, algo original, por tanto es un proyecto de escucha (Escucha, Israel), comprensión (¿Señor, esta parábola la dice para nosotros…?), elección (Te seguiré adondequiera que vayas) y desarrollo pleno (Hágase tu voluntad y no la mía).

Para vivir todo esto es necesaria la conciencia de que Dios no tiene ninguna significación si no le damos la suprema importancia… No podemos dejar en suspenso nuestra respuesta vocacional al amor de Dios, en espera tal vez de algún evento, milagro, signo... El amor de Dios tiene raíces en el corazón de cada uno de nosotros, es ahí donde debemos buscar, invocar, y sobre todo dejarnos encontrar.

Si soy buscado y amado por Dios: ¿Qué suscita en mí esta realidad?

¿Cuál es el deseo más profundo que late en mi corazón en este momento?


Traducción: P. Carlos Lomelí Serrano,ssp
Se Vuoi, revista de orientación, año 50, n. 6/2009

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